Something's not right – Privado

Tal vez había sido una señal de cierto tipo el hecho que esa mañana despertaría muy temprano. O que cuando se levantaría de su cama, percibiría un extraño pero sutil mareo que le obligó a mantenerse sentado por un instante al borde del colchón. Y fue, cuando su mirada se agudizó y reparó en sus propias piernas, que la evidencia salió al descubierto. La prenda inferior que ocupaba para dormir, que antes vendría siendo un pantalón holgado que sujetaba a la medida de su cadera, ahora lucía más como un manto oscuro excesivamente largo para su talla.– ¿Qué rayos? –La confusión fue su primer estado de pensamiento, el cual rápidamente cambiaría a un impulso de alerta al notar la manera en que el pantalón se deslizaba por completo, dejando su piel expuesta, al incorporarse y poner ambos pies sobre el suelo.– ¿Pero qué mierda? –Y esa inicial alerta pasó a ser una estruendosa alarma que desencadenó más reacciones cuando, simple y sencillamente, su cuerpo se sentía demasiado liviano, demasiado delgado, demasiado pequeño.

Definitivamente algo andaba mal. De haber sido capaz de gritar, lo hubiera hecho en ese preciso instante.

Diminutos y sonoros pasos no tardaron en hacerse escuchar por el pasillo de la casa, dirigiéndose hasta la habitación del "mayor". Tocó no una, pero varias veces a la puerta en una notable desesperación.– Shiba, ¡Shiba! ¿Qué has hecho ahora? Jodido viejo de... –Desvió la mirada hacia el espejo de cuerpo completo que yacía en una pared, viendo por fin su imagen. La de un niño que no sobrepasaría los diez años, cuya camiseta parecía habérsela robado de un adulto, llegándole poco más arriba de las rodillas.– ¡¿Por qué diablos soy un crío enano?!

No tenía cómo saber lo que esa noche sucedería, pues después de todo ¿Quién espera volver a su infancia? Dormitó dando algunas vueltas inquietas bajo las cobijas, se sobresaltó al oír una curiosa voz que le demandaba, por la entonación podría decirse que era Ryo, pero el pet no tenía una voz tan fina—. Ya voy, ya voy —dijo permitiendo que un largo bostezo interrumpiera, que gracioso, podría jurar que su voz era diferente, se llevó ambas manos a los oídos creyendo con cierto temor que ahora lo que venía era quedarse sordo, su vista no era la mejor, y ahora probablemente se estaba quedando sordo, bajó de la cama y tropezó cuando los pantalones del pijama cayeron hasta sus tobillos.

— ¡Auch! —Exclamó sobándose el mentón, se alzó sosteniendo la prenda y rápido abrió la puerta— ¡Ryo! ¡Me estoy quedando sor….! —Miró con incredulidad a un chico cuya aparariencia le resultaba familiar— ¿Quién eres tú? —Cuestionó entrecerrando los ojos ya que su vista era un desastre, como cuando era un niño y ese sentido estaba poco desarrollado, en ese entonces debía usar gafas— No recuerdo tener un hijo, a menos que… ¿En qué año estamos? No me digas que me quedé dormido por muchos años…—dijo luego negando con la cabeza—. Es una buena idea para un libro —mencionó sin siquiera percatarse de su estatura, de su voz y el pequeño cuerpo que estaba dentro de ese enorme pantalón.

Shiba no aparentaba más de ocho años, su tamaño no superaba el metro con veinte centímetros, nunca fue demasiado alto hasta cumplir los quince años, su cabello caía hasta sus hombros y llevaba marcadas ojeras.

Su rostro en definitiva fue un poema. Los ocelos, que ahora se mostraban de un azul más intenso resaltando sobre su rostro redondeado, producto de la niñez, se clavaron con incredulidad en ese pequeño de cabellos tan rojizos como el mismo fuego, sí, la misma tonalidad que recordaba en Shiba. Y los mismos rasgos, claro, pero reducidos. Que por el tiempo que le duró la sorpresa, hasta su boca se había entreabierto, dejándole sin palabras un buen rato.– Soy... –Yo. ¡Soy Ryo, tonto! Pero esa fiera exclamación quedó en el olvido tras esa mención que por el momento, estaba vetada en su futuro. Ni siquiera le habría planteado en broma a Shiba la posibilidad de una familia por su propio temor al tema que la suposición, le cayó como un balde de agua fría en la espalda.

– ¿Hijo? ¿Tu hijo? –Confuso, estaba más que confuso y perdido cual naúfrago que de pronto se despierta en plena isla desierta sin saber qué diantres hacer. Solo que el escenario para ellos era diferente y no entendía absolutamente nada, el terror fue visible en sus suaves facciones.– No soy tu hijo, soy Ryo. R-y-o. –Deletreó, dando unos pasos hacia atrás, alejándose del extraño que por el momento no reconocía.– Deja de bromear, niño. ¿Qué hacías en la habitación de Shiba? ¿Quién eres? ¿Cómo sabes que escribe? –Demasiada información comenzó a alarmarlo.– ...¡S-Shiba! –Ladeó el rostro, alzando su delicada voz tanto como pudo, sin quitarle la vista al ajeno.– ¡Si esta es una broma, me las vas a pagar maldito infeliz de mierda! –Vociferó con la esperanza de que, tal vez, todo fuera una equivocación. O un retorcido sueño. O que había una especie de cámara oculta como solían poner en los realities, que luego el mayor saldría riéndose del armario y le explicaría todo y esa pesadilla tendría un final feliz...

Menuda estupidez la que estaba pensando. Que fuera por su ahora condición de infante, o el shock producido, sintió ese horrendo deseo de echarse a llorar, horrorizado ante la idea de quedarse así para siempre. Se llevó las manos al rostro.

Se sorprendió al oír aquellos insultos, eso causó más impacto que los cuestionamientos sobre su identidad. Por un instante observó a ese niño y entonces de golpe, todas las cosas que pasó por alto; tal vez por querer mantener su salud mental, de pronto estaban revelándose, su estatura, su voz, aquellas manos pequeñas—. No… no es cierto ¿Ryo? —Cuestionó para luego entrar a su habitación, buscó en la mesita de noche por aquellas gafas que cubrían ahora gran parte de su rostro, soltó un chillido al ver su imagen en el espejo colgado en el closet, negó varias veces con la cabeza para luego presionar sus sienes en busca de una respuesta, un indicio ¿Había comido algo extraño? ¿Era algún tipo de broma? Quizás un sueño, sí, no podía ser de otra forma.

Se giró un poco para ver al otro niño, lo observó por un minuto o más antes de aproximarse hasta él, llevó su diestra bajo el mentón del contrario y acarició un poco avanzando hasta una de sus mejillas, eso último era un nuevo hábito que se estaba arraigando—. Ryo, no tengo cómo hacer algo como esto. La verdad es que no me hace gracia estar así… mira, eres más alto —llevó sus manos para comparar la muy notoria diferencia—. No me gusta estar así, mi vista… —no completó aquello ya que no le apetecía mostrarse tan débil frente al contrario, se apartó un poco para acomodar las gafas que resbalaban por su pequeña nariz, no tenía cómo acomodarlas sin que se cayeran ¿Y si se quedaba así? Eso le asustó, le aterró, tan sólo imaginar revivir toda su infancia, gimoteó por la abrumadora realidad, tenía miedo, mucho, había sido demasiado como para volver a experimentarlo

— ¿Y si nos quedamos así? ¿Qué pasó con nosotros? T-tengo miedo Ryo… de v-verdad tengo m-miedo —retuvo el sollozar ya que lo consideraba patético por su parte, pero esas emociones eran abrumantes, no creía poder soportar todo una vez más

Apartó sus manos para observar a ese desconocido, detallando sus reacciones, el caminar tan idéntico; había una similitud que le espantaba, mucho más que el hecho de ser ahora un pequeño de diez años. Arrugó con fuerza los bordes de su camiseta, ahogando un grito de frustración al inflar poco a poco sus regordetas mejillas, haciendo sin percatarse de ello una mueca bastante graciosa, como un niño que está a punto de cometer un terrible berrinche.

Luego, al poco rato, se exaltó al notar la presencia ajena y percibir ese tacto, la sutileza y calidez con que le recorrería el rostro. Fue ahí cuando lo supo, cuando pudo ver en el mirar ajeno, oculto tras esos gruesos lentes, la imagen de a quien más quería.– ¿Shiba? ¿Qué... –Incapaz de interrumpirlo, le escuchó, sintiendo en su pecho la punzada de la aflicción mezclada con impotencia. Por supuesto que le dolía verle así, tan aterrado. Lentamente se acercó a quien ahora, veía como el más pequeño y desprotegido. Posó sus manos en los pequeños hombros contrarios, no sin ocultar cierto titubeo, y luego le abrazó con firmeza, estrechándole contra sí, haciéndole entender en silencio que permanecería a su lado.– Debe haber una forma de descubrir el motivo, o algo. Todo mantiene cierta lógica, es sólo de averiguarlo. No tengas miedo. –Habló con seriedad, mucho más de la que un niño de su edad podría demostrar, resguardando así parte de su carácter adulto. Luego, con un pequeño rubor en su faz, depositó un efímero beso en la frente del contrario.– Se siente raro ser el más alto. –Confesó sin intención de burlarse, en verdad lo sentía así. Su entrecejo se frunció.– ¿No conoces a nadie que pueda saber de esto? ¿Algún relativo con un caso similar? –Estaba consciente que al menos, para él, tal vez la solución no fuese tan difícil. Era un androide y estaba familiarizado con historias en donde, por algún motivo, terminaban instalando el sistema de uno en otro cuerpo. En cambio, para el antes mayor, el panorama no lucía tan esclarecido.

Fue bajando las escaleras hasta la primera planta, deseando inspeccionar la casa en búsqueda de cualquier indicio, esperando que le siguiera.– ¿Puedes ver bien o necesitas ayuda? –Extendió su mano al pelirrojo.

Si había algo más extraño en aquella situación era que Ryo parecía ser mayor, incluso con aquellas gafas algunos detalles escapaban, cerró los ojos al sentir el cuerpo contrario tan próximo, era diferente, el cómo percibía las cosas, el aroma del pet, una fragancia un poco cítrica, era más potente, porque claro, al regresar a esa etapa, sus otros sentidos eran más sensibles que su vista, era casi ciego sin aquellos lentes que resbalaban insistentes por su nariz, cubrían una porción grande de su rostro, al igual que sus vivaces cabellos rojos, el contraste con su piel intensificaban el blanco de la misma. Siguió al otro y se aferró a su mano mientras sostenía las gafas con la otra—. Podríamos investigar en internet —sugirió con aquella voz ensombrecida por la incertidumbre—. Tengo problemas visuales, en esta fase es más notorio, no es siempre una norma de la raza, la abuela decía que al menos algo tenía bueno, porque es una buena señal —explicó sin soltar aquella mano un poco más grande que la suya—. No me gusta esto —se quejó ahora guiando al otro, recordaba aquella casa a la perfección.

Empujó la puerta con su pierna diestra para lograr que cediera, soltó la mano de Ryo y se aproximó a la silla donde se sentó dejando que sus piernas colgaran al no llegar al piso, inclinó un poco su cuerpo hacia delante cuando encendió la computadora—. Mira ahí —señaló uno de los estantes que el otro no había destruido en aquella rabieta, uno de los libros decía claramente «Junichi» era un álbum familiar, la infancia del hombre hasta su graduación de la universidad, fotografías en cada página, recortes de periódicos con sus logros en la literatura, el cómo a pesar de escribir sobre homoerotismo era destacado en esa área.

— Vaya, creo que no somos los únicos en este estado, amos y pets, muchos escriben sobre el extraño despertar en cuerpos de su niñez, la edad fluctúa entre los ochos como edad mínima si sacamos cálculos por todos estos comentarios. Sin embargo… nadie tiene una solución —sintió una fuerte punzada en la cabeza, se quitó las gafas y frotó sobre los párpados, notaba aquella humedad caer, pequeñas gotas carmesí que ensuciaban la camiseta, caían de su nariz, quiso bajarse de la silla pero en vez de eso cayó inconsciente. La debilidad recurrente en su niñez, un cuerpo muy frágil.