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Mensaje por Alojz D. Miér Mar 28, 2018 8:58 am

Datos Básicos

Alojz Dòmhnall24 añosShiffter: Serpiente
EscocésFértilCortesano
UkeZurdo1,95m

Descripción física
Una buena pieza, eso es lo que piensan los ojos de todos aquellos a los que se vende. Pese a ello, no es alguien que se enorgullezca de su figura, con una altura que no alcanza los dos metros por escasos cinco centímetros, es demasiado grande a su ver, más de lo que él mismo desearía. Su peso por otra parte, si bien no siente que le gustaría ser más delgado, sí que preferiría una figura más fina o delicada; de tipo somático mesomorfo, muestra una musculatura ligeramente marcada sin quererlo o buscarlo, poseyendo así una gran facilidad para desarrollar tejido muscular, por esto, se esfuerza en no ganar demasiada masa magra para evitar verse corpulento.

Su piel se ve ligeramente morena sin necesidad de atezarse por el sol, siendo esta coloración brindada por un factor genético, convirtiéndose así ésta en otra característica que no le fascina precisamente, pues, aún si nunca lo ha confesado, hubiera deseado gozar de una tez más clara. Sus ojos son, quizá, la parte de su cuerpo con la que más cómodo se siente o más le gusta, de color ámbar en tonos oscuros, su mirada es casi idéntica a la del que fue su padre, y éste mismo hizo muchas alusiones a esto mismo en su juventud, afirmando su paternidad –pese a no haber una relación consanguínea entre ambos– con palabras tales como «¿No ves que tiene los mismos ojos de su padre?». Por otra parte, sus parpados están adornados con pestañas gruesas y largas y, por encima, se dibujan unas finas cejas del mismo color pardo negruzco que su cabello. A menudo, estas últimas, se ven ligeramente ocultadas por su flequillo, el cual cae por su rostro en ligeros mechones más cortos que la cabellera de su nuca, sus hebras, aunque lacias, exhiben ciertas ondulaciones, brindándole una apariencia algo desmelenada en ambos sentidos de la palabra.

Otras características no tan salientables, pero si dignas de mención son: sus manos, ligeramente grandes, aunque normales teniendo en cuenta su sexo; sus dientes también son otra parte a mencionar, bien ordenados y con un sano color lechoso, no son tan distintos de los de un humano común a no ser por sus caninos, los cuales pueden aumentar notoriamente su longitud, tornándose más lacerantes y afilados; su piel totalmente lampiña, carente de vello incluso en las axilas, el pecho o el pubis.

En cuanto a las ropas, se atavía con prendas de estilo oriental, Kimonos o Yukatas usualmente.

Personalidad
¿Coqueto? Realmente… ¿cómo es? La respuesta quizá sea más patética de lo que uno pudiera esperar; conocer al animal –pues guste o no, no es una persona, no fue criado como una, no el tiempo suficiente– que hay detrás de esa máscara de necesidad no es más que una innecesaria experiencia de lo más decepcionante.

¿Te venderías por comida? Si esa misma pregunta se la hubieran hecho años atrás, la respuesta sería muy distinta de su contestación actual. No necesitas ordenarle para que se arrodille ante ti, basta con sugerírselo, se mostrará gustoso de postrarse a tus pies, de humillarse para ti tanto como gustes. ¿No es lamentable? Hay quienes dicen que todo hombre o ser tiene un precio, mas, cuando el orgullo está en juego, este puede escalar hasta alcanzar cotas difícilmente asequibles por el hombre promedio. Sin embargo, la dignidad de Alojz es absurdamente barata.

Repugnante, ¿cuántas veces ha escuchado esa palabra? Aún si hubiera vuelto a contar una y cien veces, habría perdido la cuenta. Podría conocer todas sus acepciones sin necesidad de un diccionario, simplemente con recordar el valor que usó cada ser en cada una de las situaciones en la que esa serie de cuatro silabas fue escupida contra su persona. Despreocupado, hoy diría que no le afecta, que no le importa, solo es una palabra, una de miles… mentiroso. Hacer alusión al asco que pudiere despertar le mella más que cualquiera de los preliminares de sus clientes más violentos, y no creo que sea necesario entrar en detalles para aclarar que, en esos antedichos preámbulos, un puñetazo, es la caricia más amable.

¿Y si hablamos de límites? El de Alojz es increíblemente corto y su aguante es deplorablemente escaso, pero no te preocupes, es difícil darse cuenta, lo esconde muy bien, aguanta bien las lágrimas y sus deseos de llorar, aun si es fácil que consiga hacerlo. Está hecho todo un llorón, su mérito no recae en si es fuerte o tenaz, porque no lo es, sino en que tan bien sabe actuar. Hábil con su garganta, en muchos sentidos, pero también en el de ser capaz de aguantar el llanto; puedes hacerlo pedazos, afrentarle y agraviarle hasta que desee morirse a raíz de la humillación, y sin embargo, lo único que podrás sonsacar de él es una sonrisa coqueta. Si tan solo fuera realmente un masoquista.

Vergonzoso, ¿no resulta inverosímil? Con la facilidad que muestra a la hora de venderse a los clientes, casi pareciera que nació para convertirse en lo que es. Tan poco genuino, el auténtico él se ruborizaría con la misma facilidad que un virgen, aun si dejó de serlo hace ya, tantos años. También es asustadizo, pero esto sí lo ha dejado entrever, al menos, algunas veces, en la intimidad, junto a aquellos con los que ha confraternizado.

Historia
1. Narrador


—L-Lo siento… —Las lágrimas caían por su rostro, emborronando su piel con aquella tinta negra que hacía apenas unos segundos delineaba sus ojos; había dejado caer parte de los enseres de maquillaje al alejarse bruscamente del tocador. Buscaba limpiarse entonces, de forma ansiosa, el carmín de sus labios, manchando sus comisuras y los alrededores, al igual que las yemas de sus dedos. Solo repetía una y otra vez aquellas dos palabras, en constante disculpa mientras retrocedía de forma tarda y nerviosa, queriendo alejarse lo que los pasos ajenos se acercaban, más firmes y severos.

Finalmente tropezó y cayó al suelo mientras el agua salada seguía desbordándose casi a borbotones, empañándolo todo. Un chillido agudo se ahogó en su garganta, casi como un aullido, un gañido, cuando sus brazos buscaron protegerle. Se ovilló, totalmente encorvado, con las rodillas contra su pecho y la cabeza hundida entre sus piernas; sus manos se aferraban a su cabeza, enmarañando su propio cabello entre sus dedos crispados por el terror. Tembló al escuchar el áspero deslizar del cinturón contra la tela vaquera de los pantalones ajenos. Sabía lo que venía y aun así… aunque lo anticipara… seguía siendo tan aterrador.

—Por favor…—fue lo último que sollozó antes de que sus llantos se convirtieran en gritos reprimidos y suplicas balbuceadas. Para cuando aquel cinturón dejó de cortar el aire y los correazos se detuvieron, solo se escuchaba la respiración agitada y seca de uno de ellos; apenas se percibía al otro de los presentes, quién, forzando su epiglotis y diafragma, impedía aquellos sonidos que, de forma lastimosa, querían articularse en su garganta.

No hubo más interacción, no hubo más palabras, él solo arrojó la correa al suelo, produciendo un último respingo en el menudo réptil antes de abandonar la habitación. El segundo de ellos tan solo se quedó allí, temblando. Esperaba a que el dolor menguara, a que aquel escozor, acompañado de punzadas agudas allí dónde las laceraciones eran más profundas, se detuviera; quizá si se quedaba dormido...

2. Narrador


—Hola. —Alojz apenas fijó unos instantes su mirada perdida en él, un hombre joven, de mediana edad, le llevaría quizá… ¿diez años? Su mirada volvió a escaparse hacia la nada, como si aquel no fuera capaz de mantener su atención, pero él otro era alguien terco, casi tanto, como buena persona, insistió —. Me llamo Albaran —se acercó a él y se agachó, pretendiendo cruzar sus ojos con los ajenos—, pero tú puedes decirme papá.

Aquellos ojos apagados parecieron despertar por un momento, fijando aquella mirada húmeda sobre aquel. Y Albaran vio, en esa oquedad delimitada por el iris, a una vieja amiga llamada melancolía.

—Es verdad, no miento —dijo con una sonrisa sincera, pero que aun así se percibió forzada—, mira, en estos papeles apareces tú, muy guapo por cierto. —Abrió la carpeta y le entregó los papeles de la adopción, al lado de su nombre, había un nuevo apellido—. Alojz, te lo prometo. —La mano de Albaran buscó la suya, sintió la palma contraria en su dorso—. Jamás te haré daño.

3. Narrador


—Elise, por favor. —Albaran se arrodilló ante ella, la que había sido su mujer por, al menos, cinco años de su vida; le tomó de ambas manos juntas, abrazándolas con las propias en un amago de súplica—. Dime dónde está… —Se acercó a besar aquellas manos, apoyando después su cabeza sobre las mismas; cerró los ojos con fuerza, deseando que la fuerza de voluntad le ayudara a evitar que la humedad se derramara—. Hare lo que sea, te lo juro. Volveremos juntos. —Sorbió sus lágrimas e hizo el esfuerzo de seguir hablando, pese a que el nudo en su garganta comenzaba a desafinar sus palabras—. Solo dime dónde… por favor. —Se le partió la voz—. Es mi hijo…

4. Narrador


— ¿Alojz? —La desesperación se entrañó en aquellas palabras cuando Edmée vio como aquel adolescente asustado fue empujado dentro del interior del burdel—. H-Hijo… —Era él, ella lo sabía, reconocía a aquella criatura que una vez albergó en el interior de su vientre. Hacía tanto tiempo desde la última vez que lo vio… ¿cuánto hacía ya?¿Dieciséis, diecisiete años? Su retoño apenas tenía tres meses cuando su padre se lo arrancó de los brazos y, en el fondo lo agradeció, pese al dolor, aquello le otorgó, al menos, la tranquilidad de que su vástago no seguiría su destino. Y allí estaba, su única esperanza, quebrándose ante sus ojos—. No…

Edmeé caminó rápidamente hasta él, tomándole del rostro para lograr mirarle a los ojos. —Realmente eres tú…—El dolor quebró sus palabras y no logró impedir que su gesto fuera deformado por la amargura—. Mi pequeño… —Se acercó a besar su frente y sus mejillas, no tardando en sentir el tembloroso agarre del joven en sus brazos, estaba tan asustado. Cuando le escuchó llamarle «Mamá» con un deje interrogante, ella solo pudo asentir con una sonrisa colmada de desolación, ¿cuántas veces había soñado con ser llamada de esa forma por aquellos labios? Había anhelado tantas veces volver a verle, pero jamás lo deseó… Y ahí estaba, un deseo que no pidió haciéndose realidad como la peor de sus pesadillas. Tapó sus labios cuando un gemido escapó de sus labios una vez el llanto se le hizo insoportable, sus hombros temblaron cuando se tragó el sollozo con una inspiración y usó esa misma fuerza para secarse los ojos. Después hizo lo mismo con los de él, su pequeño, repasó sus pulgares bajo los parpados ajenos para limpiar aquella humedad—. Todo va a estar bien… lo solucionaré…

Pero aquel momento madre e hijo se vio interrumpido en el momento en el que uno de los dueños de aquel lugar tomó a Edmeé de uno de los hombros y jaló, buscando separarla del nuevo recluta. Recluta, la mujer esbozó una mueca de asco cuando se atrevieron a usar aquel pseudónimo con su retoño. Se soltó con un manotazo y se giró, dejando a Alojz a su espalda, protegiéndolo con su propio cuerpo, menudo en comparación con el gorila que tenía delante.

—Por encima de mi cadáver… —¿Osadía? Quizá… pero no iba a permitir que volvieran a arrebatárselo, menos si eran aquellas garras la que lo pretendían.

De haber sabido lo que iba a pasar, Alojz no se hubiera quedado detrás, pero para cuando fue a intentar interponerse, cuando se movió, también lo hizo la falange del otro agresor apoyada en el gatillo de la pistola que empuñaba. El réptil pudo escuchar con macabra viveza el chasquido que produjo la palanca al accionarse. Fue todo tan lento y a la vez lacónico. El disparo, la sangre, el golpe seco del cuerpo ajeno contra el suelo… Todos ellos pasaron a cámara lenta ante sus ojos… las milésimas duraron minutos y los segundos horas.

Un instante hecho eterno.

5. Jaša


Allí estaba, el hijo de aquella que había sido una madre para mí todos estos años. Sé que también fue el causante de su muerte, pero no lo culpaba, no creo que nadie allí pudiera hacer nada para evitarlo, ni siquiera él.

Lo vi, zarandeado aquel cuerpo inerte, blando y flácido como una vieja muñeca de trapo; aún quedaban horas para que el rigor mortis volviera rígido aquellos músculos. Lo escuché chillar, también oí esos sollozos desafinados, a veces graves, roncos, otras veces agudos y chirriantes, no se molestaba en modular su voz, dudo que nadie en su posición pudiera pararse a pensar en eso.

«Mamá», parecía que aquella palabra era la única que existía para él y, en aquel momento, así era. Finalmente, abatido, se quedó en el suelo, ovillado con aquel cuerpo en brazos. De no ser por la sangre enmarañada de su pelo, la mujer que tenía en brazos simplemente parecería estar dormida sobre sus hombros. Él seguía acariciando su cabeza mientras se aferraba a sus costados en un abrazo desesperado. A veces aflojaba su agarre y se separaba un poco para besar su frente y sienes, mientras consolaba aquel cuerpo sin vida con susurros rotos: «Estarás bien», «…solo necesitas descansar un poco», «Estaré aquí cuando despiertes, no te preocupes». Demente, pero como no estarlo, acababan de arrebatársela ante sus ojos, incluso yo, en lo más profundo de mis entrañas, deseaba creer que solo estaba inconsciente, que en unos minutos u horas abriría los ojos, esa esperanza me atormentaba, pero el gran charco de sangre que los rodeaba contaba otra historia.

6. Jaša

Le costó acostumbrarse al trabajo, después de todo, tuvo un inicio difícil. Fue arrancado de los brazos de su madre muerta y arrastrado a una cama harapienta y sucia en una habitación cercana. Ni siquiera le permitieron limpiarse la sangre de ella antes de obligarlo a abrir las piernas. El pequeño tuvo que ver como, con cada forcejeo, la sangre de sus manos manchaba a aquel que lo forzaba. Aún me cuesta entender como a aquel canalla se le pudo levantar con un niño que lo único que hacía era suplicar que le dejarán volver con su madre porque no quería dejarla sola.

Nadie había cerrado la puerta de aquel cuarto, así que todos fuimos espectadores de aquel grotesco espectáculo. Una forma sencilla de impartir el terror y evitar futuras revueltas; después de ver eso, nadie quería ser el siguiente.

Para cuando aquel canalla acabó con el pequeño, este ni siquiera era capaz de moverse o respirar adecuadamente. Sus extremidades yacían laxas sobre la cama y su rostro había caído sobre una de sus mejillas, no miraba a ningún sitio, a decir verdad, ni siquiera parecía estar allí. Los únicos rastros de emoción que restaban en él eran las lágrimas que seguían desbordándose por sus ojos mientras su garganta se esforzaba por llamar a su madre, una y otra vez, articulando débilmente aquellas dos sílabas de cuatro letras.

¿…la peor parte de todo eso? A aquel repugnante espectáculo, aún le quedaban dos actos más, uno por cada canalla restante.

7. Jaša


— ¡No! ¡NO! ¡POR FAVOR! — Mi garganta ardió cuando rasgué esos gritos. Intentaba soltarme, pero aquellos brazos más fuertes que los míos propios, pasaban bajo los míos, inmovilizándome por los hombros —. Usarme a mí, por favor... Es un niño, aún es un niño… No lo aguantará… No otra vez — Las palabras con las que me contestaron, me hicieron querer vomitar, pero solo pude contemplarles con terror.

No quería ver eso, solo quería cerrar los ojos y girar el rostro, pero el adolescente no dejaba de buscar cruzar su mirada con la mía. Él sabía que yo no podía hacer nada, quizá hubiera preferido que sostuviera su mano, pero solo quería algo de contacto, aún si solo fuera visual, deseaba algo en lo que apoyarse y que le hiciera saber que no estaba solo. Así que miré, tuve que hacerlo, mantuve mis ojos en los suyos. Los vi enrojecer encharcados en las lágrimas, los vi colmarse de desesperación, y vi, de nuevo, como sus pupilas perdían todo atisbo de vida cuando volvieron a romperlo, como aquellos canallas habían hecho el día anterior.

Y era culpa mía…

Antes, hacía no menos de cuatro horas, había ido a su habitación. Lo encontré durmiendo, seguramente después de haber estado toda la noche, o lo que le restó de noche después de que aquellos cabrones le arrebataran la inocencia.

Era su segundo día aquí, y seguramente aún le quedaban muchos, para su desgracia, así que quería animarlo, todo lo que se podía animar a alguien tras… lo que había pasado.

No fue necesario despertarle, aunque no era mi intención, pues se arrinconó asustado en la cama cuando me vio, mirándome aterrado mientras intentaba aferrarse a las sábanas que creía que le iba a arrebatar. Sentí una punzada de dolor al verle temblar de aquella forma, suplicando entre sollozos que no le hiciera nada, que le dolía.

Tragué saliva e intenté acercarme con lentitud, para que no se asustara, no me subí a la cama, la rodeé en un intento de acercarme a él. Lo escuché ahogar un chillido cuando al fin alcancé la suficiente cercanía como para acariciar la cabeza, fruto del respingo que le provoqué—. No voy a hacerte daño —dije intentando que no me flaqueara la voz, era tan malditamente doloroso verle así. Se me antojaba tan pequeño, tan indefenso, ¿cómo habían podido…? Tragué duro y me esforcé en mantener la compostura —. Vine a ayudarte a limpiarte — Señalé entonces la pequeña tina con agua tibia que había dejado cerca de la puerta, con unas toallas pequeñas colgadas en sus bordes y una más grande al lado—. ¿Me dejas? — Solo se me quedó mirando, reticente, desconfiado, pero finalmente soltó lentamente las mantas con las que se cubría y me permitió jalar suavemente de ellas para descubrir su cuerpo. Mi ceño se crispó sin que pudiera evitarlo y tuve que forzarme a no apartar la mirada. Su piel había tomado tonos granates y violetas, veía aquellas toscas marcas de dedos en su cuello, en sus brazos... y más abajo... en su cintura, entre sus muslos… Mordí mi labio inferior, arrepintiéndome de haber bajado la mirada, bajó él, las sábanas se mostraban tintadas de machas rojizas. Pero tragué mi frustración junto a mi saliva y busqué sus ojos, le sonreí en un intento de infundirle tranquilidad —. Voy a ser suave, ¿está bien? — Él solo asintió y se mantuvo encogido.

Me alejé un momento para traer la tina con agua cerca de la cama y coloqué la toalla más grande para que pudiera apoyarse en una superficie más limpia. Lo lavé con cuidado y paciencia, pues había algunas zonas que parecían dolerle especialmente cuando pasaba la tela humedecida de la toalla por encima. Lo más difícil fue lavar su parte inferior, se asustaba y me detenía, intentando escapar después de mí cada vez que hacía amago de acercarme a aquel lugar, lo entendía y solo seguí intentándolo, busqué tranquilizarlo con palabras, acaricié su cabeza e incluso le permití aferrarse a mí hasta que finalmente accedió. Fue un poco complicado, me era difícil ver o moverme con el ovillado contra mi pecho, pero al menos de esa forma sí era más fácil para él.

Después de asearlo y secarlo, recogí todo y le puse un albornoz improvisado para poder llevarlo a mi habitación. Por esas horas los dueños estaban fuera, así que no tendría problemas. Lo acomodé en mi cama con cuidado y busqué varias prendas de ropa que pudieran servirle. Pero justo cuando había dejado las prendas a su lado y me disponía a ayudarle a vestirse, advertí que se había quedado viendo la ropa y los frascos que había sobre el tocador de mi compañera de cuarto.

— ¿Quieres probártelos? —Me arrepentiría tanto de esas palabras. Aún si disfruté de su tímida sonrisa cuando se vio ataviado con aquel kimono, aún si su mirada se colmó de emoción cuando le ayudé a aplicarse el maquillaje… no lo valió cuando aquellos canallas irrumpieron en la habitación y usaron aquello en su contra.

La felicidad de los ojos del pequeño se convirtió en horror en el momento en el que uno de aquellos tomó el labial con el que había repasado sus labios y lo usó para pintarrajeárselo malamente, con la suficiente tosquedad como para que la barra de cosmético se partiera. Entonces dijo: « Ahora que estás pintado como una zorra, abre las piernas como una ».

Laguna


Hay un vacío en la memoria del réptil, desde su estancia en el burdel, hasta que fue acogido por quien se convertiría en otro de sus más preciados amigos. Tan solo sabe que tuvo que abandonar el país tras escapar de aquel lugar, terminando en Kyuushu.

8. Alojz


Abrí los ojos de golpe, otra pesadilla. Ya me había acostumbrado, así que no había terror, no había agitación, solo una habitación oscura tenuemente iluminada por una bombilla adosada al enchufe, de esas que suelen colocarse en la habitación de los niños.

Pero el hombre frente a mi no era un niño, era grande y alto, apenas unos centímetros más bajo que yo, pero yo estaba colocado más abajo en la cama, con la cabeza cerca de su pecho, por lo que en aquel momento no lo parecía. Tenía los ojos cerrados y una de sus manos rodeaba mi costado por encima de las colchas.

— ¿Estas dormido? — Abrió los ojos de forma lenta, pero sin dificultades; no estaba dormido, ni siquiera parecía tener sueño.

— Lo está. — Esa voz, la conocía, me había topado antes con él ya, aquel que se alojaba en el subconsciente de mi anfitrión. No es como si tuvieran diferentes voces, pero el tono, la forma de hablar… eran distintos, así que era fácil discernirlos.

He de decir que tuve más oportunidades de conocer al que ahora me respondía, el verdadero dueño de aquel cuerpo solía caer dormido gracias a mi presencia; hasta dónde sé, no era intencional, pero el otro lo agradecía, decía que escuchar su propia voz en el aire y el sentir sus cuerdas vocales al hablar se le hacía agradable. Muy al contrario que su legítimo dueño, disfrutaba los breves momentos en los que podía sentirse sólido y humano.

— Otra pesadilla… — dijo sin molestarse siquiera en preguntar, lo sabía, después de todo, él era la causa. Deslizó su brazo para terminar rodeando mi cuello con él y mimo con cuidado mi nuca, jugueteando con las mechones de mi cabello, era agradable.

— No importa. — Sonreí pese a que era la quinta vez que despertaba esa noche —. Al menos él parece estar teniendo un sueño agradable. — Él cerró los ojos al encogerse de hombros y simplemente terminó por llevar su mano a mi espalda, empujandome contra él para abrazarme antes de retomar las caricias en la cabeza.

— Aún es temprano, duerme un poco más. Si veo que tienes otra pesadilla te despertaré —murmuró en un suspiro pesado, se le escuchaba frustrado.

— Sé que no lo haces a posta —le tranquilicé, apoyando ambas manos en su pecho para impulsarme hacia atrás más que empujarle; en la posición en la que me había dejado no podía verle —. No lo controlas, está bien… — Busqué sus ojos y sonreí —. Deja de sonar tan afligido, tampoco es grave... solo son… sueños.

Vi en sus ojos un deje de amargura cuando me sonrió, sé que mis palabras le producían algo de alivio, pero no el suficiente, ahondando en su mirada, sabía que había algo que tenía enquistado desde hace mucho y que le impedía creerme. Quise consolarle, mime su mejilla y acaricié sus pómulo con la yema de mis dedos; se veía tan arrepentido por algo que ni siquiera era culpa suya. Apreté los labios al sentir como me soltaba para aferrarse al dorso de mi mano, y se encogió, como si quisiera acurrucarse en ella. Se vio como un niño, uno pequeño y desamparado que solo buscaba algo de calidez, una que siempre le había sido negada. Si tan solo lo hubieran conocido realmente.

— Así que no me despiertes… —susurré volviendo a dejar caer mi mano, aferrándome ligeramente a la tela de su hombro antes de apegarme a él, apoyando mi cabeza en su pecho para volver a intentar dormir.

9. Alojz


Nunca había pasado, el que él pudiera presentarse sin que su anfitrión lo permitiera, bien por inconsciencia, agotamiento o flaqueza. Pero lo hizo, literalmente despojó al verdadero propietario de la legítima potestad de su cuerpo. Fue sorpresivo, aunque sé que para mi anfitrión lo fue más, casi podía adivinar su posterior confusión cuando recuperara la consciencia.

Desgraciadamente, quien se había jactado de no padecer la mínima corrupción y de no haberse empañado de las patéticas emociones humanas, sucumbía ahora a un amasijo de sentimientos confusos y desesperación.

He de decir, que el primero de ellos, era y es un gran amigo para mí, era difícil tener que alejarme, pero lo era aún más el tener que hacerlo de quien ahora se presentaba frente a mí.

No, no me enorgullecía de haber logrado que los vestigios etéreos de una pesadilla se corrompieran bajo los pareceres humanos. Pero era una culpa agridulce, porque eso significaba que le importaba, tanto o más de lo que él me importaba a mí.

Le sonreí, quería calmarle, tarea difícil, dada la situación y el porqué de su alteración. Sinceramente, no sabía cómo abarcar aquello, creí que no iba a tener que hacerlo, no con él. Lo estaba abandonando, eso me decían sus ojos, esos ojos tan pueriles, como los de un niño. Sonará irrisorio, pero creo que me sentí de la misma forma que lo hizo mi madre cuando tuvo que abandonarme en mi niñez más temprana. Lo hacía por él, pero en aquel momento, aún si era necesario, sentía que le estaba haciendo más mal que bien.

— Lo escuchaste, ¿verdad? — Mis ojos ardieron mientras hacía un esfuerzo por hacer a un lado el dolor de mi garganta, mi voz sonaba gangosa, pero no iba a llorar, no entonces, solo empeoraría las cosas —. Esto es un adiós… — Deseaba tanto tener un nombre para llamarlo, pero realmente nadie le había dado uno, después de todo, nunca le habían dado una identidad, para todo ellos él era la cosa, algo, y no él, como debía haber sido considerado. Me hubiera gustado darle uno, pero no era quién para hacerlo.

— No. — Mi ceño se crispó y apreté los labios, aquella voz quebrada fue más dolorosa de escuchar de lo que había supuesto, un golpe bajo difícil de soportar, pero debía hacerlo. Cerré los ojos buscando en algún rincón de mi ser por algo de calma, arranqué algo de ella, no sé de dónde, pues estoy seguro que era imposible encontrar algo de aquello en aquel momento, al menos, no en mí. Pero ahí estaba, aguantando aquella mierda con mi mejor sonrisa, aun si aguantarle la mirada era más mortificante que la mayor pena de los infiernos —. No te vayas… — Abrió los brazos, como si quisiera rodearme o abrazarme, quizá las dos cosas; le temblaban las manos, pero no llegó a alcanzarme —. Puedo protegerte, no te harán nada, ninguno de ellos, te lo prometo. Por favor… — He de decir, que no todos los milagros son buenos, ni divinos, pues aquel que ocurrió ante mis ojos solo pudo ser obra del mismísimo satán… Estaba llorando, él… La antítesis del género humano, estaba llorando, y era culpa mía —. No me dejes solo de nuevo…

— … — Arrugué sutilmente el gesto y sacudí la cabeza, era difícil tener fuerzas para proseguir con una despedida como aquella. — Lo siento… — Me acerqué con cuidado, lentamente, como quien se acerca a un animal salvaje y deshice las distancia que él no se había atrevido a acortar. Lo abracé con cariño un momento y después lo sostuve de las mejillas, aprovechando para acariciarlas con la yema del pulgar, limpiando parte de esa humedad. Lo miré, larga y tendidamente, muy consciente de que aquella sería la última vez que lo hiciera —. Lo siento tanto…

9. Narrador


Actualmente, Alojz vive en un humilde apartamento de Kyuushu, se sustenta gracias a su trabajo de cortesano, desgraciadamente, por diversas razones, no siempre puede escoger a sus clientes.


GustosDisgustos
Humilde y fácil de contentar, tiene gustos diversos y variados, casi todos ellos sencillos y poco significativos, por lo que no es difícil hacerle regalos, la probabilidad de que algo le guste tiene un alto ratio, básicamente porque el hecho del presente en sí le contentará, resulta bastante agradecido. Por esto podemos decir que los regalos son uno de sus gustos o caprichos, tanto obsequiarlos como recibirlos, le parecen una forma muy bonita de demostrar a la otra persona que se pensó en ella. Le gustan los besos(excepto en la boca), las caricias y las muestras de cariño en general siempre y cuando no haya segundas intenciones de por medio, pues en tal caso se considerarían trabajo. Los animales pequeños llaman su atención facilidad, quizá por un instinto que no abandonado de todo sus genes, por suerte, no suele comerlos ni siquiera en su forma animal, pero sí que le gusta jugar con estos y a veces expresa los deseos de aprisionar esos diminutos seres entre sus manos con fuerza, pero es perfectamente consciente de que este tipo de pensamientos no deben expresarse en la realidad ni en la práctica.

Otros antojos menos notables y que suele mantener ocultos son: morder, la sensación en sus encías se torna agradable cuando logra hincar profundamente sus colmillos en algo, normalmente carne muerta dado que su veneno es tóxico; no tiene del todo controlado el crecimiento o retraimiento de sus colmillos, por lo que estos al extenderse suelen molestarle con la boca cerrada, tiende a relamérselos para evitar que el veneno se desborde de sus labios. La asfixia, no la propia, sino la de terceros, algo más bien provocado por su parte instintiva. En casos de shock, trance o cualquier otra forma de perdida de inconsciencia provoca que rodee el cuello de las personas con sus dedos, estrangulándolos. En dichos estados se puede encontrar un comportamiento delirante y cruel.

La mayor utopía que posee es la idea del amor verdadero, algo difícil de encontrar para alguien de su condición, trabajo y pasado, pero dado que también cree en sandeces tales como el destino, asegura que un día encontrará a una persona a la que pueda decirle que lo ama sin necesidad de un puñado de billetes de por medio.
Es alguien de disgustos amplios, en su mayoría relacionados o provocados por su trabajo, aunque no suele hablar mucho de ellos. Si algo que no le gusta es ofrecido no lo rechazará, pero en el mayor de los casos lo dejará para después en caso de ser un consumible, o en caso de ser un ítem lo guardará, en ambos casos los desechara más tarde.

En este apartado podemos encontrar: el tabaco, detesta tanto fumarlo como que lo fumen delante suya, pese a esto, suele hacerlo con regularidad; el alcohol, independientemente de la bebida, pero le desagrada especialmente la cerveza, la cual no toma. Irónicamente, también ingiere sake con asiduidad, por lo que es común verle achispado, quizá porque la ebriedad le ayuda a sobrellevar su trabajo; el frío, sus músculos se entumecen y su organismo en general se ralentiza, esto provoca que su pulso se vea pausado y su respiración notablemente espaciada. Bajo un frío extremo puede llegar a sucumbir bajo un estado de inconsciencia cercano a la hibernación.

Destacan por sobre todo: la sangre, despierta en él una sensación desagradable, entre vértigo y grima, la cual se suele acumular en sus piernas, por encima de la rodilla, además de un hormigueó que se esparce por su superficie de su piel al cerrarse sus poros en un suceso conocimiento coloquialmente conocido como ponerse la piel de gallina; el acento ruso, le pone mal, lo vuelve pálido, le inunda de una sensación fría y húmeda, como cuando la brisa gélida golpea contra la piel que rezuma agua salada; la fuerza bruta, la sola idea de ejercer resistencia se descarta de su conciencia en el momento en que siente la presión contra sus extremidades, músculos o articulaciones, no hay nada que le aterrorice más que esa sensación rígida y severa, esa impotencia cuando intenta moverse y no lo consigue o cuando intenta empujar y aquello que presiona no se mueve. Se vuelve tan malditamente dócil solo para convencerse a sí mismo de que es él mismo quién está separando sus piernas y no esas manos cuyos dedos se clavan en la cara interna de sus muslos.

Extras
—Su forma animal es una serpiente del mediano tamaño, cuya pupila, afilada en vertical, está rodeada por un iris color miel, ligeramente más claro que su iris humano. Es similar en apariencia a la Atheris Hispida, conocida comúnmente como víbora arbusto espinoso.
—La cantidad de veneno segregada por sus colmillos aumenta ante sensaciones de estrés, miedo o ansiedad, por lo que, cuanto más alterado se encuentre la serpiente, más letal será su mordida.
—El veneno no solo es tóxico por vía intravenosa, también lo es por ingesta y de forma tópica bajo una exposición prolongada, los efectos adversos son diferentes dependiendo del sujeto, si bien en algunos sujetos puede producir “adormecimiento” de la zona que entre en contacto con el veneno, en otros puede provocar una dolorosa sensación desagradable y de quemazón.
—Muda de piel cada tres meses, esto impide el asentamiento de cualquier tipo de cicatriz, dado que la piel afectada es desechada para dejar paso a una nueva e inmaculada. El cambio de piel en su forma animal es como en cualquier reptil común con dichas capacidades, pero en su forma humana es doloroso y desagradable a la vista. La piel vieja comienza a volverse seca y escamosa, provocándole una molesta picazón, es necesario que él mismo se arranque esta capa de piel muerta para dejar expuesta la nueva. Dado el abundante sangrado que esto desencadena, durante los días previos la medula ósea aumenta la producción de sangre.
—Sus mecanismos de termorregulación son muy ineficaces y su temperatura está algunos grados por debajo de lo normal.
—No controla la metamorfosis parcial de su cuerpo, convirtiendo de forma inconsciente sus ojos, colmillos e inclusive los parpados y la piel alrededor de sus ojos.

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Mensaje por Abdiel Wilmer Miér Mar 28, 2018 3:50 pm


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